Nuestra psicóloga, Irene Arroyo Quirell, quiere compartir con vosotros una nueva publicación sobre por qué es tan importante perdonar y pedir perdón. Esto es así, porque muchas veces pagamos con la comida aquello que no verbalizamos o no nos atrevemos a decir a los demás. Al igual que nos tragamos nuestras emociones y buscamos esa satisfacción o placer con la comida para enmascarar diferentes emociones que sentimos desagradables.
Pedir perdón es, junto con dar las gracias y decir “hola” o dar un beso para saludar, una de las primeras acciones sociales que suelen enseñarnos nuestros padres cuando somos pequeños.
A esta edad es fácil. Parece que no nos cuesta pedir perdón cuando rompemos algo de algún familiar, cuando le damos un golpe a nuestro/a hermano/a mientras jugamos, cuando cogemos algo sin permiso, etc. En definitiva, cuando le hacemos daño a alguien que queremos.
Por otro lado, cuando somos niños también perdonamos con la misma facilidad con la que pedimos perdón. Al hilo de los anteriores ejemplos: Tratamos de arreglar lo que nos rompieron y “aquí no ha pasado nada”, seguimos jugando con nuestro hermano a pesar de habernos llevado algún golpe, dejamos prestado lo que se cogió sin permiso…
Pero, a medida que crecemos, todo esto se complica. Parece que nos resulta más difícil tanto pedir perdón a los demás como perdonarlos a ellos. Parece que tuviéramos menos derecho a cometer errores. Parece que consintamos cada vez menos el hecho de que los otros también puedan equivocarse. Y esto ocurre, sobre todo, porque cada vez tiene más peso nuestra parte emocional, que en la mayoría de las ocasiones es la que más dolor genera y la que, a menudo, induce a que no perdonemos cuando nos hieren, ni pidamos perdón cuando hacemos algo mal.
De hecho, puede que, en ocasiones, nos volvamos más orgullosos y rencorosos, no reconozcamos nuestras propias responsabilidades, disfracemos lo sucedido y pongamos excusas, culpabilicemos a los demás de nuestros propios errores, esperemos que los otros den el primer paso, nos avergoncemos, miremos hacia el lado opuesto al problema, dejemos pasar el tiempo esperando que se solucione sin poner de nuestra parte, etc.
Todo ello, nos generará menos dolor a corto plazo, pero finalmente, puede que nos haga renunciar a algo maravilloso (con un amigo/a, con un hermano/a, con tu padre o tu madre, con tu pareja, con tu compañero/a de piso o de trabajo…). Y, en su lugar, nos introduzca en una dinámica de rencor y odio, o de indiferencia, hacia la otra persona o hacia nosotros mismos. Y es mejor desprenderse tanto de una cosa como de la otra.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, tenemos que estar dispuestos a aceptar que nuestras decisiones pueden hacerle daño a los que nos rodean, ser conscientes de que cometemos errores y que esos errores tienen consecuencias, a veces, devastadoras para los demás.
A partir de que reconozcamos las repercusiones de nuestros actos en los demás, podremos anticipar el sufrimiento que puede generar en el otro y ponernos en su lugar: ¿cómo puede sentirse él si…?, ¿cómo me sentiría yo si fuera ella quien hiciera algo así?
Esto nos ayudará a tomar la decisión de realizar o no el hecho en cuestión, prestando atención a los “pros” y a los “contras” de llevarlo a cabo. Siempre que todo esto ocurra sin que tengamos la intención de hacer daño a alguien.
Pero ¿y si ya hemos cometido el error? ¿Y si ya nos han hecho daño?
Puede ocurrir que, en lugar de anticipar, nos demos cuenta del daño causado a posteriori.
En estos casos es necesario saber que todos cometemos errores, con más o menos frecuencia y/o con mayor o menor impacto en nuestro alrededor. Pero es algo que hacemos todos y cada uno de nosotros. Y cometer errores forma parte de nuestra experiencia de vida. Los errores nos hacen aprender mucho de nosotros mismos y, sobre todo, nos enseñan cómo comportarnos ante situaciones similares y qué cosas no queremos que vuelvan a ocurrir.
Es aquí cuando cobra importancia el hecho de perdonar y de pedir perdón, una vez que somos conscientes del error cometido por el otro y de nuestros propios errores. Cuando hemos diferenciado que es un hecho puntual y no un continuo. Cuando pedimos perdón y cuando perdonamos de verdad.
Perdonar es aceptar, de corazón, que la persona se ha equivocado (y/o que nosotros mismos nos hemos equivocado), que no ha hecho las cosas de la mejor manera, que no ha actuado como debería…y, sobre todo, que también nos podría haber pasado a nosotros.
Y, ¿qué ocurre si no perdonamos a alguien que nos haya hecho daño? o ¿y si es el otro quien no quiere perdonarnos?
Saber perdonar es tan importante como el pedir perdón, pero es cierto que puede que alguien que decida no hacerlo con nosotros o que nosotros mismos no aceptemos el error cometido por el otro.
Para esos casos, sólo queda reinvertir el proceso con un nuevo objetivo: Al pedir perdón estamos reconociendo que hemos cometido un error, que no hemos hecho las cosas de la mejor manera posible, que no hemos actuado como deberíamos…y ese es el primer paso para perdonarnos a nosotros mismos, comprendernos y liberarnos de la culpa.
Al pedir perdón también buscamos perdonarnos a nosotros mismos, y eso es algo que sí podemos conseguir.
¿Cómo sabemos si debemos perdonar o no?
En la mayoría de las ocasiones sólo debería existir una opción: perdonar. Lo que no significa que la relación entre ambos no pueda cambiar.
¿Qué debemos tener en cuenta para ello?
1º) Hay que ponernos en la situación del otro y tratar de comprender por qué ha tenido lugar el suceso en cuestión. Ver si tenemos alguna responsabilidad (que no culpa) sobre lo acontecido.
2º) Hacer memoria de si el hecho se ha repetido con anterioridad y cuántas veces (si nunca ha tenido lugar, vamos por el buen camino).
3º) Pensar en todo lo bueno y todo lo malo que nos ha aportado esa persona a lo largo de la historia de relación que tenemos con ella.
4º) Aceptar que nos rodeamos de todo tipo de personas (buenas y no tan buenas) y que tenemos diferentes maneras de relacionarnos con cada una de ellas (buenas y no tan buenas o “tóxicas”). Tratar de diferenciar si es alguien que nos está mintiendo o manipulando o es alguien que nos ha demostrado que podemos confiar en él/ella.
Y, por último, perdonar. Ya sea tomando la decisión de alejarnos o no. Propiciando un cambio en la relación o no.
Por todo ello, os animamos a que reflexionéis o hagáis memoria: ¿Cuántas personas conocéis que se quieren y no se hablan por algún motivo o por simple distanciamiento? ¿Cuántas otras con toda una vida de buen trato dejan de hablarse por un error? ¿Cuántas buenas personas que se han alejado por motivos insignificantes?
En todos estos casos, quizás hubiera ayudado el pedir perdón: reconocer el error, arrepentirse y hacérselo ver al otro.
Nuestro consejo: Decir “lo siento” cada vez que lo sintamos, ser más conscientes de todo aquello que hacemos bien y lo que no hacemos tan bien, y tratar de que esto último se repita lo menos posible.
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