Como ya sabemos y hemos visto en otras publicaciones, el sobrepeso y la obesidad no proceden únicamente del cuerpo en relación “kilocalorías consumidas frente a kilocalorías gastadas”, sino que hay una importante implicación a nivel mental y emocional en los diferentes comportamientos alimentarios que llevamos a cabo.
Por ello, en las próximas publicaciones, nuestra psicóloga Irene Arroyo Quirell va a hablarnos de algunas de esas emociones que se ven involucradas en nuestra ingesta apoyándose en el libro Sobrepeso emocional, de la autora Stéphane Clerget, en el que trata el tema de cómo la emociones pueden hacernos comer más de lo debido.
Lo primero que tenemos que hacer es conocer cuáles son esas emociones. La autora de Sobrepeso emocional expone nueve como aquellas que considera más importantes a la hora de que nos empujen hacia la cocina o la nevera. Estas son el miedo, la tristeza, el hastío, la ansiedad, la cólera, los celos y la envidia, el remordimiento y el arrepentimiento, el sentimiento de vacío y la alegría.
En primer lugar vamos a hablar del miedo. En una de las publicaciones anteriores hablamos de esta emoción y la distinguimos de la ansiedad. Pues bien, ya sabemos que el miedo sucede ante la presencia de un peligro y que éste cumple una función adaptativa: nos protege y nos hace actuar con cautela ante determinadas situaciones. Pero, ¿y si ese miedo que experimentamos tiene lugar de forma permanente? O por el contrario ¿y si nunca tenemos miedo?
La ausencia total de miedo es muy peligrosa puesto que nos expone a asumir todo tipo de riesgos y, por otro lado, el exceso de miedo (en intensidad o duración) puede llevarnos, según la autora, a un sobrepeso emocional:
“Un fondo continuo de miedo, o los accesos de miedo repetidos, favorecen la producción de sobrepeso emocional. Y ello porque la ingesta alimentaria (a la que eventualmente se asocia la ingesta de alcohol, utilizado desde la noche de los tiempos como ansiolítico) es un medio para calmar la angustia, que es la percepción física del miedo”.
Además, nos explica cómo actúa el miedo sobre el peso:
“Entre todos los miedos, teóricamente el miedo a engordar debería hacer perder kilos. Pero, como todo miedo, también puede inducir un sobrepeso emocional, además de comportamientos alimentarios inadaptados, dado que el miedo no es mejor consejero que la cólera”.
Hay miedos que intervienen directamente en el comportamiento alimentario impulsando a alimentarse en exceso o, por lo menos, a no perder peso. Se trata de miedos asociados a pensamientos erróneos, anclados en el psiquismo. He aquí algunos ejemplos: el miedo a ser seductora si se adelgaza, asociado al temor a rivalizar, por ejemplo, con una hermana, o al temor a tener un encuentro amoroso y sexual; el miedo a un adelgazamiento que desencadenaría un estado de mala salud como eco de las angustias de una madre nutricia; el miedo a desmayarse o a pasar hambre si no se come lo bastante; y por fin, como caso extremo, el miedo a morir de hambre”.
Lo que nos dice la autora sobre cómo trabajar ese exceso de miedo es lo siguiente:
“El mejor modo de desembarazarse del miedo es hacerle frente. Si le amenaza, enfréntese mentalmente a él. Para evitar tener miedo a quedarse solo, por ejemplo, acepte la idea; es decir, aprenda a vivir solo. Imagínese su distribución del tiempo, su ocio y sus nuevas prioridades. Se asombrará al constatar que la vida todavía puede tener sentido, que no corre un peligro tan grande, y que entonces ya no le será útil crear una presencia comiendo por dos. Además, ¿acaso no se ha sentido ya muy solo pese a estar rodeado de gente?”.
Por lo que, llegamos a la conclusión de que el miedo, como con el resto de emociones, puede ser tratado. Si le prestamos atención y trabajamos con él, en lugar de evitarlo y centrarnos en el comportamiento que desencadena, seremos capaces de conseguir el cambio que tanto deseamos.
Y a ti, ¿qué te da miedo?
Clerget, S. (2015). Sobrepeso emocional: Cómo librarse de él sin dieta ni medicamentos. Ediciones Urano.